viernes, 31 de julio de 2020

Agorafobia

Ayer sentí un miedo nuevo que no había experimentado antes: miedo a estar en un espacio abierto y no saber dónde ir. Sólo de ver la inmensidad sentía que me quedaba sin aire y buscaba un lugar pequeño donde poder refugiarme. Lo peor de todo es que esto sucedía en la habitación del hotel y la situación era producto de mi mente anticipatoria. Muchas veces mi ansiedad no tiene una razón concreta: me siento amenazada pero no soy capaz de darle una entidad al peligro, lo cual hace más difícil combatirlo, porque es como un enemigo que acecha continuamente, esperando el momento. Agorafobia, sin embargo, nunca había sentido, y no me ha gustado.

Quizás está relacionado con el miedo a la vuelta a la realidad. Se acaban mis días de vacaciones y he de regresar a todo lo que he dejado aparcado. Aquí he creado una burbuja de distancia y la he llenado de montes, bosques y ríos, y esto me ha permitido olvidarme de todo. Pero la hostia de realidad va a ser tremenda.

Pienso que viajar es una especie de evasión. En mi caso, viajar es una necesidad, me da una vía de escape para sobrevivir y me da paz. Quizás soy un poco compulsiva a la hora de hacer mis vacaciones: no concibo estar parada sin hacer nada. Necesito moverme, necesito conocer, necesito experimentar... Lo llevo haciendo tantos años, que ni me planteo la otra opción. Quizás debería.

Ayer, para pasar el calor, decidí echarme la siesta bajo un haya y dejar pasar el tiempo a la sombra. Estuvo bien. Necesitaba parar y no hacer nada. Necesitaba recrearme en el presente de una manera más estática. Porque siempre habrá un horizonte nuevo al que llegar, pero no el momento presente. Y que conste que lo de viajar tiene mucho de mindfulness, ya que te hace estar en el aquí y en el ahora. Especialmente si te pierdes en una carretera sin cobertura. Allí estamos, mi coche y yo, sin responsabilidades, sin obligaciones, sin presiones, sin tener que medir las palabras, sin tener que/querer complacer a nadie, sin tener que interaccionar (lo justo)... Y eso que en este viaje pensé que había sido mala idea venir sola, que estoy un poco cansada de estar sola y no poder compartir con nadie... Y ya ves, si es que tengo el social en ciego.

No sé si todos los destinos son válidos al viajar. Todos traen experiencias, seguro, pero no en todos se puede ser uno mismo. No me gustan los lugares masificados y prefiero evitar las zonas urbanas. El cambio de energía de una zona urbana a una natural es bestial. No es que reniegue de la ciudad, pero ya tengo bastante durante el año, y además representa una versión distinta a lo que soy. En la naturaleza me asilvestro un poco: aquí me convierto en la doncella salvaje que camina descalza por la tierra, la que escala las rocas, la que  explora las cuevas, la que se mancha de barro, la que se zambulle en las pozas, la que se entretiene con las plantas y los animales, la que se pierde admirando los jirones de las nubes... En la ciudad una parte de mí intenta ser así, pero no es fácil. En la ciudad hay otros elementos y otras situaciones.

Yo necesito regresar a la naturaleza para recordar el animal que soy, que es lo que me da poder. La mente está bien, pero es la tierra la que sostiene, la que materializa, la que permite que las cosas sean tangibles y reales. La tierra es la que me ayuda a contener la mente, a darle un ancla, porque si no, mis pensamientos se disparan hacia asuntos irreales y falsos. Cuánto miente la mente, y cuánto nos identificamos con nuestras ideas.

Por eso amo la naturaleza. Por eso mismo, no entiendo esa agorafobia.

"Sólo mira la vida con ojos más juguetones. No seas serio. La seriedad se vuelve como una ceguera. No pretendas ser un pensador, un filósofo. Simplemente sé un ser humano. El mundo completo te está duchando con su alegría de tantas maneras, pero tú eres demasiado serio, no puedes abrir tu corazón". Osho. 


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