jueves, 31 de octubre de 2019
miércoles, 30 de octubre de 2019
El basurero
La "psicóloga" ha vuelto. Hacía mucho tiempo que nadie me volcaba su mierda emocional, pero desde este fin de semana estoy atrapada en una pila ingente. Cada día se presenta con una historia diferente, llena de penas, miserias, problemas y dramas. No lo llevo bien e incluso lo estoy somatizando. Mi evitadora natural está horripilada y desea, más que nada, poder aislarme, pero no puedo hacerlo todo lo que me gustaría, y estoy a punto de reventar. Creo que he recaído en algún aspecto de mi antiguo patrón y necesito rescatar los formularios de Paz para ver de qué se trata.
Hablé con Charles sobre el tema ayer. Él es de las pocas personas que siento que me cuidan. No resulta pesado, pero está pendiente de mi bienestar, y de vez en cuando me pregunta: "¿Cómo estás tú?". A veces me desahogo un poco con él, aunque no pueda contarle absolutamente todo de mi vida. Hablamos de psicología y desarrollo personal, y se nos va el tiempo. También vamos saltando continuamente de la parte personal a la laboral, y resulta un poco confuso. Pero se agradece saber que le importas a alguien.
Hablamos del apoyo de los "amigos" en situaciones emocionales complicadas. Él siempre me advierte de que me presto demasiado a los demás, de que siempre estoy dando apoyo, escuchando, aconsejando...y a veces me dejo arrastrar. A veces me siento como un basurero, donde la gente vuelca su mierda y se liberan, sin importar mucho si estoy para recibirla o si me afecta. Vienen, vuelcan y se van. Me usan y se van. Y después es como si yo no existiera.
La gente me debe ver tan fuerte, que ni se para a pensar que yo pueda necesitar desahogarme también. "Si me pinchas, ¿acaso no sangro?". Algunos miran la sangre y no la ven. Te desangras y siguen quejándose de lo suyo. Mucha gente ni siquiera se molesta en intentar ver más allá de sus problemas. ¿Es eso amistad? No lo parece. Es totalmente asimétrico y egoísta, y demuestra falta de empatía, por no decir de amor.
Echo de menos en general una preocupación sincera por mí, un acercamiento para ver si necesito algo. Que sí, que yo después soy muy mía y no me dejo ayudar, pero es que ni siquiera un intento. Es decepcionante. Tendría que mandar a tanta gente a la mierda...Y, sin embargo, a muchos de ellos los aprecias y sientes que necesitas quedarte ahí. De otros te sientes responsable. A veces siento que tengo demasiados de los que ocuparme. Puede ser que necesite un cambio de táctica y buscar formas que sean más convenientes para mí, que no me vacíen tanto.
Necesito evasión.
Hablé con Charles sobre el tema ayer. Él es de las pocas personas que siento que me cuidan. No resulta pesado, pero está pendiente de mi bienestar, y de vez en cuando me pregunta: "¿Cómo estás tú?". A veces me desahogo un poco con él, aunque no pueda contarle absolutamente todo de mi vida. Hablamos de psicología y desarrollo personal, y se nos va el tiempo. También vamos saltando continuamente de la parte personal a la laboral, y resulta un poco confuso. Pero se agradece saber que le importas a alguien.
Hablamos del apoyo de los "amigos" en situaciones emocionales complicadas. Él siempre me advierte de que me presto demasiado a los demás, de que siempre estoy dando apoyo, escuchando, aconsejando...y a veces me dejo arrastrar. A veces me siento como un basurero, donde la gente vuelca su mierda y se liberan, sin importar mucho si estoy para recibirla o si me afecta. Vienen, vuelcan y se van. Me usan y se van. Y después es como si yo no existiera.
La gente me debe ver tan fuerte, que ni se para a pensar que yo pueda necesitar desahogarme también. "Si me pinchas, ¿acaso no sangro?". Algunos miran la sangre y no la ven. Te desangras y siguen quejándose de lo suyo. Mucha gente ni siquiera se molesta en intentar ver más allá de sus problemas. ¿Es eso amistad? No lo parece. Es totalmente asimétrico y egoísta, y demuestra falta de empatía, por no decir de amor.
Echo de menos en general una preocupación sincera por mí, un acercamiento para ver si necesito algo. Que sí, que yo después soy muy mía y no me dejo ayudar, pero es que ni siquiera un intento. Es decepcionante. Tendría que mandar a tanta gente a la mierda...Y, sin embargo, a muchos de ellos los aprecias y sientes que necesitas quedarte ahí. De otros te sientes responsable. A veces siento que tengo demasiados de los que ocuparme. Puede ser que necesite un cambio de táctica y buscar formas que sean más convenientes para mí, que no me vacíen tanto.
Necesito evasión.
viernes, 25 de octubre de 2019
Fuga de gas
Anoche los bomberos desalojaban a toda la finca por una fuga de gas causada a raíz de las obras que se están efectuando en uno de los pisos. Según los bomberos, parece un fallo grave del operario del gas, que manipuló la tubería pero dejó sin sellar la misma, produciendo una salida continuada de gas. Ignoro quién detectó la fuga, pero el caso es que debido a la detección se decidió cortar el gas de varias puertas y poner a los vecinos fuera de la casa mientras se hacía una inspección de todo el bloque.
Fueron momentos un poco confusos. Yo estaba en mi sofá leyendo un libro cuando empecé a oír al portero gritando por el rellano y llamando a todos los timbres. Al abrir la puerta me informó que los bomberos estaban desalojando el edificio. En ese momento yo iba en pijama y no pensé en cambiarme, a diferencia de otros vecinos que optaron por ello (¿el qué dirán?), pero cogí un anorak, una bolsa de deporte donde metí algo de dinero que tenía por casa (más lo que llevara dentro), me calcé las zapatillas y salí a la calle. A las gatas las dejé en el piso con una ventaba abierta para que pudiera circular el aire.
La alarma se canceló enseguida y retornamos a nuestras casas. Nos hemos quedado sin gas en todo el bloque hasta que un técnico repare el tema de la obra y revise cada uno de los pisos, ya que el responsable de Gas Natural no se fía (con mucho criterio). Ahora mismo ya tenemos un técnico haciendo su tarea. El problema será que no todos los vecinos están en sus casas y no podrán dar acceso al mismo para la revisión, así que el corte de gas puede durar un tiempo considerable. Yo no tengo suministro de gas, así que no tengo demasiado problema, pero hay muchos vecinos que ahora mismo no tienen calefacción, ni agua caliente, ni fuego con el que cocinar. Cómo se valoran estas comodidades cuando se pierde el acceso a ellas.
Mi conflicto con esta situación viene derivado de mi decisión de dejar a las gatas en el piso. Me siento fatal por ello. Siempre digo que son mi familia, pero anoche las dejé tiradas. No tengo mucha excusa, ya que sí llegué a considerar el hecho de buscar el transportín, pero meter a las gatas en el transportín, exudando prisa e intranquilidad, no habría sido demasiado fácil ni rápido. Y entonces fue cuando decidí que las dejaba.
Según la teoría del cerebro triuno, en casos de amenaza el cerebro reptiliano toma el control del cuerpo y decide. Es puro inconsciente orientado a la supervivencia. Yo anoche tenía la cabeza fría, como me pasa la mayoría de las veces en que estoy en una situación problemática, pero decidí en contra de mis sentimientos y mis creencias. Luego, pasado el peligro, se me cayó el mundo encima cuando me di cuenta de lo que había hecho. Me sentí tan culpable, tan desleal hacia mis gatas. Con lo que he criticado yo a todos esos que dejaron abandonados a sus animales en las inundaciones. Yo he hecho exactamente lo mismo. Me siento despreciable. Y ver esa parte de mí me ha tocado mucho.
Anoche necesitaba hablar con alguien del tema, pero nadie me atendió. La mayoría estarían durmiendo, supongo. Yo me sentí muy sola, porque me vi sin nadie a quien poder recurrir. Ya me lo gestiono sola. "Alone again, naturally".
Fueron momentos un poco confusos. Yo estaba en mi sofá leyendo un libro cuando empecé a oír al portero gritando por el rellano y llamando a todos los timbres. Al abrir la puerta me informó que los bomberos estaban desalojando el edificio. En ese momento yo iba en pijama y no pensé en cambiarme, a diferencia de otros vecinos que optaron por ello (¿el qué dirán?), pero cogí un anorak, una bolsa de deporte donde metí algo de dinero que tenía por casa (más lo que llevara dentro), me calcé las zapatillas y salí a la calle. A las gatas las dejé en el piso con una ventaba abierta para que pudiera circular el aire.
La alarma se canceló enseguida y retornamos a nuestras casas. Nos hemos quedado sin gas en todo el bloque hasta que un técnico repare el tema de la obra y revise cada uno de los pisos, ya que el responsable de Gas Natural no se fía (con mucho criterio). Ahora mismo ya tenemos un técnico haciendo su tarea. El problema será que no todos los vecinos están en sus casas y no podrán dar acceso al mismo para la revisión, así que el corte de gas puede durar un tiempo considerable. Yo no tengo suministro de gas, así que no tengo demasiado problema, pero hay muchos vecinos que ahora mismo no tienen calefacción, ni agua caliente, ni fuego con el que cocinar. Cómo se valoran estas comodidades cuando se pierde el acceso a ellas.
Mi conflicto con esta situación viene derivado de mi decisión de dejar a las gatas en el piso. Me siento fatal por ello. Siempre digo que son mi familia, pero anoche las dejé tiradas. No tengo mucha excusa, ya que sí llegué a considerar el hecho de buscar el transportín, pero meter a las gatas en el transportín, exudando prisa e intranquilidad, no habría sido demasiado fácil ni rápido. Y entonces fue cuando decidí que las dejaba.
Según la teoría del cerebro triuno, en casos de amenaza el cerebro reptiliano toma el control del cuerpo y decide. Es puro inconsciente orientado a la supervivencia. Yo anoche tenía la cabeza fría, como me pasa la mayoría de las veces en que estoy en una situación problemática, pero decidí en contra de mis sentimientos y mis creencias. Luego, pasado el peligro, se me cayó el mundo encima cuando me di cuenta de lo que había hecho. Me sentí tan culpable, tan desleal hacia mis gatas. Con lo que he criticado yo a todos esos que dejaron abandonados a sus animales en las inundaciones. Yo he hecho exactamente lo mismo. Me siento despreciable. Y ver esa parte de mí me ha tocado mucho.
Anoche necesitaba hablar con alguien del tema, pero nadie me atendió. La mayoría estarían durmiendo, supongo. Yo me sentí muy sola, porque me vi sin nadie a quien poder recurrir. Ya me lo gestiono sola. "Alone again, naturally".
jueves, 24 de octubre de 2019
Cristina
Él siempre contaba la historia diciendo que lo suyo había sido un flechazo. Ella callaba, sin desmentirlo ni apoyarlo, pero todo el mundo daba por hecho que estaba de acuerdo. A veces ambos se peleaban por contar la historia y todo el mundo creía que se trataba de un cuento de hadas. Quizás era así, pero no del todo, porque las historias de amor son la mayoría agridulces, algunas ácidas, otras amargas.
Ella se quedó embarazada y tuvieron que casarse. Era lo que tocaba en aquellos tiempos y más en un pueblo. El honor, el decoro y las apariencias estaban a la orden del día. No hemos avanzado tanto como creemos, pero tenemos más opciones. Ella no las tuvo. Quizás entonces tampoco habría habido muchas para una mujer de pueblo a la que seguramente le habían inculcado que el fin de la mujer era ser madre y servir a su marido. Quizás ni siquiera llegó a atisbar otra vida más libre. Sin embargo, tampoco había querido que las cosas sucedieran de esa manera, ya que todo se precipitó, incluso aquello que era inevitable.
El niño murió a los dos años de edad. Dos años, una criatura nada más. Hay vidas que son tan fugaces y que, sin embargo, parecen tener más sentido que ninguna. Al dolor de la pérdida y de la antigua frustración se unió la culpa. Culpa porque quizás nunca quiso del todo a ese niño, porque lo había responsabilizado de llevarla a un camino que se vio obligada a recorrer. Culpa porque había odiado en secreto a su hijo, aunque al mismo tiempo lo amaba. Culpa porque no eran los sentimientos que se esperaban de una madre. Culpa porque pensó que quizás no había sido la madre que el niño necesitaba, que había algo que no le había dado. Culpa porque quizás ella había causado su muerte de alguna manera, aunque no fuese directamente.
Se sintió muy sola porque no podía compartir esos pensamientos con nadie a su alrededor. Ni siquiera con sus hermanas. Ella era además reservada y no le gustaba airear sus temas. Le parecía que era ella quien tenía que lidiar con ellos, resolverlos por sí misma. Pero aquello la superó por completo. La carga era tan voluminosa y tan pesada que le costó digerirla. En ese momento no supo gestionarla mejor y optó por pasar página y olvidar. Aquello, sin embargo, le pasaría factura años después, con una depresión que duraría mucho tiempo y que se atribuyó a una condición hereditaria que corría por el árbol familiar y que, de alguna forma, ella transmitió a sus siguientes descendientes.
Desterró al niño al olvido ¿Dónde está su tumba o su cenotafio? No existen. Prácticamente tampoco se volvió a hablar demasiado de él. Lo convirtió en un excluido del sistema, quizás no voluntariamente, pero así fue. Ahora su sobrina-nieta intenta reparar esa situación, dando al niño el lugar que siempre tuvo que tener. Y lo hace en calidad de doble de su abuela. Ella no es su abuela, pero carga con la memoria en su inconsciente. Así que ella pide perdón al niño en nombre de su abuela, le recuerda en el día de difuntos, le prende una vela, y le hace el duelo que no tuvo. Así se limpia el árbol y se sanan las heridas ancestrales.
Ella se quedó embarazada y tuvieron que casarse. Era lo que tocaba en aquellos tiempos y más en un pueblo. El honor, el decoro y las apariencias estaban a la orden del día. No hemos avanzado tanto como creemos, pero tenemos más opciones. Ella no las tuvo. Quizás entonces tampoco habría habido muchas para una mujer de pueblo a la que seguramente le habían inculcado que el fin de la mujer era ser madre y servir a su marido. Quizás ni siquiera llegó a atisbar otra vida más libre. Sin embargo, tampoco había querido que las cosas sucedieran de esa manera, ya que todo se precipitó, incluso aquello que era inevitable.
El niño murió a los dos años de edad. Dos años, una criatura nada más. Hay vidas que son tan fugaces y que, sin embargo, parecen tener más sentido que ninguna. Al dolor de la pérdida y de la antigua frustración se unió la culpa. Culpa porque quizás nunca quiso del todo a ese niño, porque lo había responsabilizado de llevarla a un camino que se vio obligada a recorrer. Culpa porque había odiado en secreto a su hijo, aunque al mismo tiempo lo amaba. Culpa porque no eran los sentimientos que se esperaban de una madre. Culpa porque pensó que quizás no había sido la madre que el niño necesitaba, que había algo que no le había dado. Culpa porque quizás ella había causado su muerte de alguna manera, aunque no fuese directamente.
Se sintió muy sola porque no podía compartir esos pensamientos con nadie a su alrededor. Ni siquiera con sus hermanas. Ella era además reservada y no le gustaba airear sus temas. Le parecía que era ella quien tenía que lidiar con ellos, resolverlos por sí misma. Pero aquello la superó por completo. La carga era tan voluminosa y tan pesada que le costó digerirla. En ese momento no supo gestionarla mejor y optó por pasar página y olvidar. Aquello, sin embargo, le pasaría factura años después, con una depresión que duraría mucho tiempo y que se atribuyó a una condición hereditaria que corría por el árbol familiar y que, de alguna forma, ella transmitió a sus siguientes descendientes.
Desterró al niño al olvido ¿Dónde está su tumba o su cenotafio? No existen. Prácticamente tampoco se volvió a hablar demasiado de él. Lo convirtió en un excluido del sistema, quizás no voluntariamente, pero así fue. Ahora su sobrina-nieta intenta reparar esa situación, dando al niño el lugar que siempre tuvo que tener. Y lo hace en calidad de doble de su abuela. Ella no es su abuela, pero carga con la memoria en su inconsciente. Así que ella pide perdón al niño en nombre de su abuela, le recuerda en el día de difuntos, le prende una vela, y le hace el duelo que no tuvo. Así se limpia el árbol y se sanan las heridas ancestrales.
lunes, 21 de octubre de 2019
Ella dejó ir
Ella dejó ir. Sin un solo pensamiento o palabra, dejó ir, así nada más. Fue ayer, de hecho... Dejó ir el miedo. Dejó ir los juicios. Dejó ir las necesidades, así, de un momento a otro. Conforme soltaba llegó la confianza. Llegó la permisión. Llegó la sensación de estar plena.
Ella dejó ir la multitud de voces, opiniones, consejos y advertencias que daban vueltas en su cabeza. Mientras soltaba, llegó el silencio a su mente y su energía.
Ella dejó ir todas las indecisiones y dudas que la habitaban y mientras soltaba, llegaron de la mano la certeza y la convicción de quién era ella.
Dejó ir todas las razones correctas y también las equivocadas mientras llegaba la paz de poder aceptar que no sabía ni entendía nada.
Total y completamente, sin prisa y sin preocupación alguna, sólo dejó ir y se dejó llegar, así de repente, de la nada, por nada y para nadie, llegó, se soltó de sus brazos y regresó a ella.
No le pidió consejo a nadie, no consultó su oráculo ni llamó a su terapeuta. No leyó ningún libro sobre cómo dejar ir, no trabajó nada, ni respiró, ni meditó. No pidió ayuda a los ángeles ni pidió un instante santo. Sólo dejó ir.
Ella dejó ir todas las memorias, recuerdos y patrones que la frenaban y a la vez la empujaban a volver a lo mismo. Mientras soltaba, sintió que llegaba la vida a hacerle espacio para un futuro diferente.
Dejó ir toda la ansiedad y el exceso de dopamina que le impedían ir hacia delante. En ese dejar ir, llegaron la calma y la serotonina que le dijeron que era bueno, que era seguro y que era necesario estar ahí. En un instante dejó ir todos los planes, los cálculos, las conclusiones y las proyecciones sobre cómo ser, hacer y decir lo correcto. Así también, en un instante, llegaron las posibilidades, la magia y las bendiciones de saber que la simple existencia de ese momento era todo lo correcto que necesitaba.
No se prometió ni le prometió a nadie que dejaría ir. No escribió en su blog sobre ello, no programó la fecha en el calendario, sólo dejó ir. En ese dejar ir llegó el final feliz de un libro escrito por ella...
Autor:@el_despertar_de_la_consciencia
miércoles, 16 de octubre de 2019
No quiero
"No quiero arreglarte.
No quiero darte respuestas.
No pretendo impresionarte.
No quiero que seas diferente.
No quiero darte respuestas.
No pretendo impresionarte.
No quiero que seas diferente.
Solo quiero conocerte, exactamente como eres, más allá de tus historias, de tus esperanzas y sueños; más allá de tus juegos, tus máscaras, aquí y ahora.
Si te sientes confundido, siente la confusión en este momento.
Si te sientes confundido, siente la confusión en este momento.
Si sientes miedo, siente el miedo ahora.
Si estás aburrido/a, aburrámonos juntos.
Si estás ardiendo de rabia, ardamos juntos por un rato y veamos qué sucede.
Si estás aburrido/a, aburrámonos juntos.
Si estás ardiendo de rabia, ardamos juntos por un rato y veamos qué sucede.
Quiero estar aquí, con lo que realmente hay en este momento.
Tal vez, entonces, el gran cambio sea posible."
Autor: Jeff Foster
La osera
Es hacia dentro, siempre hacia dentro. Cuando el mundo exterior es frío y hostil, lleno de egoísmo, dureza, desprecios y crueldad, es hacia dentro. Allí, en lo profundo del corazón, hay un espacio seguro para mí. Es un lugar pequeño, inaccesible y resguardado, donde puedo cobijarme y refugiarme. El aire es seco y cálido, y una luz tenue ilumina las paredes de la cueva. Allí me siento segura, protegida y a salvo, lejos del mundo y sus sinsabores. El silencio lo llena todo y se respira tranquilidad. Allí me aparto y me lamo las heridas, lloro, me acuno, me atiendo, me cuido, me abrazo.
Y a veces viene ella, Adartia, la osa, a tumbarse conmigo para hacerme compañía, para que me refugie en su pelaje suave y mullido, para que me sienta querida. Ella apela a mi niña interior, la que llora, la que se duele, la que ha sido vapuleada, y la recoge para fundirla en un abrazo amoroso y protector donde nada importa, salvo ella. Para variar.
lunes, 14 de octubre de 2019
Ad Astra
Me motivaba el argumento de la película: un astronauta que viaja a los límites exteriores del sistema solar para encontrar a su padre perdido y neutralizar una amenaza para la supervivencia de la Tierra. Pero no me ha terminado de convencer. El problema para mí es la trama, que es un poco lineal, a pesar de que quieran darle una pátina de profundidad que no tiene. Así la película es un viaje en el que le pasan muchas cosas al protagonista, pero que parecen pegotes añadidos. No es particularmente entretenida, ni tiene demasiada emoción. Tiene momentos en que resulta un poco asfixiante, no por que haya un exceso de acción, sino porque eso de ver gente pasar tanto tiempo en atmósferas bajas en oxígeno me pone nerviosa. Y ya.
Si me pongo un poco más trascendente entonces puedo decir que la película, en realidad, trata sobre la búsqueda del padre, tema que me toca muy de cerca. Pitt hace de hijo de un héroe que desapareció años atrás y se dio por muerto. Su padre era una persona que vivía por y para la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Era su misión de vida, mucho más importante que cualquier persona del mundo, incluyendo a su mujer y su hijo. Su temprana desaparición dejó huella en el joven, que terminó emulando a su padre tanto profesionalmente, siendo astronauta, como en carácter, ocultando su vulnerabilidad y sus sentimientos a los demás bajo una máscara de control, frialdad y eficacia.
De repente surge una amenaza relacionada con el proyecto de su padre: una especie de tormenta electromagnética generada en Neptuno que amenaza todo el sistema solar. El ejército le convoca para decirle que existen evidencias de que su padre sigue vivo y que podría estar relacionado con la amenaza. Así se embarca en un viaje que le lleva hasta los confines del sistema solar para encontrarlo. Y lo encuentra, claro que sí, y cancela la amenaza también. Pero en ese viaje tiene que aceptar que siente una rabia inmensa hacia su padre por haberlo "abandonado", aunque lo sigue queriendo a pesar de todo. Es un poco una aceptación de que es quien es gracias al padre que tuvo; que por mucho que le hubiese gustado, su padre es quien es y ama lo que ama. Que se le ha ido la olla en pos de un ideal, sí, pero que ese ideal lo es todo para él, que lo acepta, y que lo quiere. Lo que pasa es que después de tanto tiempo en soledad (no tanto como su padre), empieza a echar de menos a la gente y considera que tiene que dar un vuelco a su vida. Es como si tras encontrar a su padre hubiese cumplido con una misión vital y ahora empezara su vida para sí mismo.
La película se recrea un poco en la simulación de los paisajes estelares. Qué belleza Neptuno, por ejemplo, tan frío pero tan sereno. No sé muy bien qué hacía el padre allí, cuando es un planeta gaseoso que parece incapaz de albergar vida, al menos basada en carbono y tal como la imaginamos en nuestra mente. Aparentemente el padre no descubrió nunca vida extraterrestre. Tampoco sé por qué después de tanto tiempo, con ese afán que tenía, no viajó más allá de Plutón. Bueno, ahora sabemos que los tardígrados han llegado a la luna gracias a los israelíes, así que en cualquier momento nos darían una sorpresa, poco agradable me temo.
Yo esperaba otra cosa.
domingo, 13 de octubre de 2019
Sobre la muerte
El curso de "El camino a la sombra" planteaba hoy nuestra relación con la muerte, y me ha parecido interesante volcarlo en mi blog.
La muerte nos rodea pero parece como si quisiéramos ignorarla. Es por no plantearnos la propia, por no ser conscientes de nuestra propia mortalidad, como si eso pudiera frenarla. La televisión ha hecho que contemplemos la muerte como si no fuera real, como si eso les pasara a otros y no pudiera tocarnos.
No recuerdo bien mi primer contacto con la muerte. Seguramente fuera uno de mis bisabuelos paternos, pero yo era tan bebé que no lo tengo ni registrado. Después llegaría mi tío-abuelo Pepe tras una enfermedad agónica que quizás fuera cáncer de huesos. Mis recuerdos de entonces son muy borrosos, así que yo debía ser muy pequeña también, puede que unos tres o cuatro años. Recuerdo que fuimos a visitarlo a su casa en Barajas y que estaba postrado en una habitación. Yo no quería entrar a verlo porque olía a enfermedad, pero mi abuela y sus hermanas insistieron en que pasara. Tengo la imagen de una sábana blanca cubriendo unas piernas muy delgadas y pálidas. Me impactó bastante como para no volver a entrar. Del entierro no tengo recuerdos.
La familia de mi abuela eran sepultureros, así que la muerte no les era ajena. De pequeña íbamos ocasionalmente a visitar a mi tío-abuelo Goyo, que vivía dentro del cementerio de La Almudena. Mi hermana y yo alguna vez jugábamos entre los nichos vecinos a la vivienda. Quizás de ahí venga mi gusto por visitar los cementerios, que siempre me han parecido lugares muy tranquilos y soleados. Aunque a veces mi mente me sugestionaba con el miedo a los muertos vivientes.
A pesar de esa cercanía a la muerte, siempre me ha parecido que mi familia paterna eran más expresivos en su dolor que mi familia materna. Las mujeres de mi familia nunca han llorado en entierros, a diferencia de los varones, porque ellas se ocupaban de otras tareas que eran necesarias hacer en los pueblos.
No recuerdo ninguna conversación en mi infancia que me preparara para la muerte. Para mí la muerte siempre fue un cambio de estado en preparación a otra vida. Siempre he creído en la vida después de la muerte, aunque no tenga una certeza y desconozca la forma. Incluso en el caso de que no existiera, pienso que me convertiría en parte de la tierra, igual que la sirenita de Andersen convertida en espuma de mar, y no me parece tan mal destino. Por eso no quiero que me entierren en una tumba o en un nicho, sino que prefiero una incineración y que mis cenizas reposen directamente en la tierra. Puestos a pedir, quizás pida que me suelten en el cierzo, como mi tía Ana y volar muy lejos.
Por esta forma de entender la muerte, nunca he sentido pena por los que se marchaban. De hecho, cuando escuchaba las homilías de los curas diciendo que debíamos alegrarnos, siempre me pareció bastante natural. Lo que sí siento es el dolor por la pérdida, por la separación de alguien querido y el vacío que deja en mi mundo. Lo sentía así con mis muchas mascotas y también lo he sentido con cada persona que ha desaparecido en mi mundo, aun cuando hiciera mucho tiempo que no supiera de ella. Me pasó por ejemplo con Alfredo, mi profesor de tercero de EGB, que falleció recientemente. Echaba de menos la idea que tenía de él en mi cabeza, ya que fue una persona importante en mi infancia.
Las muertes más recientes son quizás las más dolorosas: mi abuela Valentina, mi BH, mi tía Ana, mi gata Teína. Algunas de ellas todavía duelen.
La muerte de Teína fue la primera de esta ronda. Me afectó mucho porque quise acompañarla durante toda la eutanasia. Era ella mi niña y no podía permitir que muriera en aquella sala fría rodeada de desconocidos, así que estuve con ella hasta el último momento acariciando su lomo y susurrándole que estuviese tranquila. Fue un momento muy duro, pero no me arrepiento. No recuperé nunca su cadáver, y no sé si hice bien. Ahora la recuerdo en cada Samhain.
En la muerte de BH yo no estaba tan consciente porque sentía tanto dolor físico y emocional que no era muy consciente de lo que sucedía. Sí sentí caer la bolsa amniótica en el water y perderse por las tuberías. No pude recuperarlo y me parece un fin tan triste. Al menos he intentado que no se convirtiera en un excluido de mi sistema.
He pensado muchas veces en mi propia muerte. Cuando tenía unos veinte años pensaba en el suicidio, porque sufría mucho y no sabía cómo salir de ahí. Ahora sé que aquello era más una fantasía porque desconocía el dolor auténtico. No me da miedo la muerte, pero sí el sufrimiento final. He visto auténticas agonías que no tienen ningún sentido. Sé que tiene que ver con el apego del cuerpo al mundo, ya que está biológicamente programado para mantener la vida a toda costa, pero también mucha gente por miedo a dejar mal a los que se quedan. Por eso, en los últimos días de mi tía y mi abuela les di permiso para marcharse, asegurándoles que los que quedábamos íbamos a estar bien y que su papel en esta vida estaba cumplido. Supongo que la incertidumbre también frena, aunque cuando el alma ha decidido marcharse, no hay nada que pueda retenerla.
Obsesionarse con la muerte no tiene mucho sentido, porque se pierde la vida intentando no morir. Yo reconozco que he dejado de hacer algunas cosas por miedo a la muerte. Tuve unos años en que viajaba mucho y desarrollé miedo a volar. Mi trabajo lo exigía y no me quedaba otra, pero lo he pasado muy mal durante años intentando controlar ese miedo irracional. Aún me queda un poco. Por la misma razón, prácticamente he dejado de subirme en las atracciones de la feria, porque me da miedo caer al vacío. Aquí quizás tenga más fundamento, ya que una vez subí a una atracción de altura que no tenía demasiada seguridad, y me pasé todo el recorrido intentando no salirme por la puerta y caer. Tuve también un accidente con el coche hace unos años, chocando contra la parte trasera de otro vehículo, pero no tuve ninguna secuela. En realidad, no he tenido demasiados episodios de riesgo. Posiblemente el peor sucedió cuando era pequeña, que me subía muchísimo la fiebre. Mis padres me llevaron a urgencias y me sumergieron en agua helada para bajarme la fiebre, pero me la bajaron tanto que casi no remonto. En otra ocasión, una araña me picó en la playa y el veneno me puso el pie duro como una piedra, y en urgencias tuvieron que ponerme una inyección para que no me subiera más.
Que intente no obsesionarme no quita para que no trate de cuidarme un poco. El cuerpo es como un coche, que necesita un mantenimiento para funcionar y que te sirva muchos años, solo que no se puede ir al concesionario a buscar uno nuevo. Al menos de momento es así en esta realidad. Por eso importa darle una mínima atención, aunque seguramente no lo cuido todo lo bien que debería, y podría hacer mucho más por intentar darle una vida digna.
Por último me gustaría recordar que no es peor la muerte que estar muerto en vida. Hay gente insatisfecha, anclada en trabajos que no disfruta, en relaciones que no le aportan, en matrimonios de apariencia, presos de condicionantes y expectativas familiares y sociales, en el miedo, en rutinas asfixiantes y desmoralizantes; en el ruido del hacer sin ser, sin emocionarse, sin sentir la magia de la vida, sin admirar la belleza del mundo. No me gustaría caer en eso, aunque temo que en algún momento de mi vida he sido así. Lamentablemente. Un tiempo perdido que no voy a recuperar. No siempre es fácil verlo y no siempre es fácil romper con el círculo vicioso, pero nos hacemos mucho daño quedándonos ahí. Incluso diría que eso termina por acortarnos la vida y llevándonos a una mala muerte. Vivir es elegir y elegir es descartar, y a veces elegimos la muerte por miedo al qué dirán, a perder el favor de otros. Es el miedo a la libertad de ser nosotros mismos.
La muerte nos rodea pero parece como si quisiéramos ignorarla. Es por no plantearnos la propia, por no ser conscientes de nuestra propia mortalidad, como si eso pudiera frenarla. La televisión ha hecho que contemplemos la muerte como si no fuera real, como si eso les pasara a otros y no pudiera tocarnos.
No recuerdo bien mi primer contacto con la muerte. Seguramente fuera uno de mis bisabuelos paternos, pero yo era tan bebé que no lo tengo ni registrado. Después llegaría mi tío-abuelo Pepe tras una enfermedad agónica que quizás fuera cáncer de huesos. Mis recuerdos de entonces son muy borrosos, así que yo debía ser muy pequeña también, puede que unos tres o cuatro años. Recuerdo que fuimos a visitarlo a su casa en Barajas y que estaba postrado en una habitación. Yo no quería entrar a verlo porque olía a enfermedad, pero mi abuela y sus hermanas insistieron en que pasara. Tengo la imagen de una sábana blanca cubriendo unas piernas muy delgadas y pálidas. Me impactó bastante como para no volver a entrar. Del entierro no tengo recuerdos.
La familia de mi abuela eran sepultureros, así que la muerte no les era ajena. De pequeña íbamos ocasionalmente a visitar a mi tío-abuelo Goyo, que vivía dentro del cementerio de La Almudena. Mi hermana y yo alguna vez jugábamos entre los nichos vecinos a la vivienda. Quizás de ahí venga mi gusto por visitar los cementerios, que siempre me han parecido lugares muy tranquilos y soleados. Aunque a veces mi mente me sugestionaba con el miedo a los muertos vivientes.
A pesar de esa cercanía a la muerte, siempre me ha parecido que mi familia paterna eran más expresivos en su dolor que mi familia materna. Las mujeres de mi familia nunca han llorado en entierros, a diferencia de los varones, porque ellas se ocupaban de otras tareas que eran necesarias hacer en los pueblos.
No recuerdo ninguna conversación en mi infancia que me preparara para la muerte. Para mí la muerte siempre fue un cambio de estado en preparación a otra vida. Siempre he creído en la vida después de la muerte, aunque no tenga una certeza y desconozca la forma. Incluso en el caso de que no existiera, pienso que me convertiría en parte de la tierra, igual que la sirenita de Andersen convertida en espuma de mar, y no me parece tan mal destino. Por eso no quiero que me entierren en una tumba o en un nicho, sino que prefiero una incineración y que mis cenizas reposen directamente en la tierra. Puestos a pedir, quizás pida que me suelten en el cierzo, como mi tía Ana y volar muy lejos.
Por esta forma de entender la muerte, nunca he sentido pena por los que se marchaban. De hecho, cuando escuchaba las homilías de los curas diciendo que debíamos alegrarnos, siempre me pareció bastante natural. Lo que sí siento es el dolor por la pérdida, por la separación de alguien querido y el vacío que deja en mi mundo. Lo sentía así con mis muchas mascotas y también lo he sentido con cada persona que ha desaparecido en mi mundo, aun cuando hiciera mucho tiempo que no supiera de ella. Me pasó por ejemplo con Alfredo, mi profesor de tercero de EGB, que falleció recientemente. Echaba de menos la idea que tenía de él en mi cabeza, ya que fue una persona importante en mi infancia.
Las muertes más recientes son quizás las más dolorosas: mi abuela Valentina, mi BH, mi tía Ana, mi gata Teína. Algunas de ellas todavía duelen.
La muerte de Teína fue la primera de esta ronda. Me afectó mucho porque quise acompañarla durante toda la eutanasia. Era ella mi niña y no podía permitir que muriera en aquella sala fría rodeada de desconocidos, así que estuve con ella hasta el último momento acariciando su lomo y susurrándole que estuviese tranquila. Fue un momento muy duro, pero no me arrepiento. No recuperé nunca su cadáver, y no sé si hice bien. Ahora la recuerdo en cada Samhain.
En la muerte de BH yo no estaba tan consciente porque sentía tanto dolor físico y emocional que no era muy consciente de lo que sucedía. Sí sentí caer la bolsa amniótica en el water y perderse por las tuberías. No pude recuperarlo y me parece un fin tan triste. Al menos he intentado que no se convirtiera en un excluido de mi sistema.
He pensado muchas veces en mi propia muerte. Cuando tenía unos veinte años pensaba en el suicidio, porque sufría mucho y no sabía cómo salir de ahí. Ahora sé que aquello era más una fantasía porque desconocía el dolor auténtico. No me da miedo la muerte, pero sí el sufrimiento final. He visto auténticas agonías que no tienen ningún sentido. Sé que tiene que ver con el apego del cuerpo al mundo, ya que está biológicamente programado para mantener la vida a toda costa, pero también mucha gente por miedo a dejar mal a los que se quedan. Por eso, en los últimos días de mi tía y mi abuela les di permiso para marcharse, asegurándoles que los que quedábamos íbamos a estar bien y que su papel en esta vida estaba cumplido. Supongo que la incertidumbre también frena, aunque cuando el alma ha decidido marcharse, no hay nada que pueda retenerla.
Obsesionarse con la muerte no tiene mucho sentido, porque se pierde la vida intentando no morir. Yo reconozco que he dejado de hacer algunas cosas por miedo a la muerte. Tuve unos años en que viajaba mucho y desarrollé miedo a volar. Mi trabajo lo exigía y no me quedaba otra, pero lo he pasado muy mal durante años intentando controlar ese miedo irracional. Aún me queda un poco. Por la misma razón, prácticamente he dejado de subirme en las atracciones de la feria, porque me da miedo caer al vacío. Aquí quizás tenga más fundamento, ya que una vez subí a una atracción de altura que no tenía demasiada seguridad, y me pasé todo el recorrido intentando no salirme por la puerta y caer. Tuve también un accidente con el coche hace unos años, chocando contra la parte trasera de otro vehículo, pero no tuve ninguna secuela. En realidad, no he tenido demasiados episodios de riesgo. Posiblemente el peor sucedió cuando era pequeña, que me subía muchísimo la fiebre. Mis padres me llevaron a urgencias y me sumergieron en agua helada para bajarme la fiebre, pero me la bajaron tanto que casi no remonto. En otra ocasión, una araña me picó en la playa y el veneno me puso el pie duro como una piedra, y en urgencias tuvieron que ponerme una inyección para que no me subiera más.
Que intente no obsesionarme no quita para que no trate de cuidarme un poco. El cuerpo es como un coche, que necesita un mantenimiento para funcionar y que te sirva muchos años, solo que no se puede ir al concesionario a buscar uno nuevo. Al menos de momento es así en esta realidad. Por eso importa darle una mínima atención, aunque seguramente no lo cuido todo lo bien que debería, y podría hacer mucho más por intentar darle una vida digna.
Por último me gustaría recordar que no es peor la muerte que estar muerto en vida. Hay gente insatisfecha, anclada en trabajos que no disfruta, en relaciones que no le aportan, en matrimonios de apariencia, presos de condicionantes y expectativas familiares y sociales, en el miedo, en rutinas asfixiantes y desmoralizantes; en el ruido del hacer sin ser, sin emocionarse, sin sentir la magia de la vida, sin admirar la belleza del mundo. No me gustaría caer en eso, aunque temo que en algún momento de mi vida he sido así. Lamentablemente. Un tiempo perdido que no voy a recuperar. No siempre es fácil verlo y no siempre es fácil romper con el círculo vicioso, pero nos hacemos mucho daño quedándonos ahí. Incluso diría que eso termina por acortarnos la vida y llevándonos a una mala muerte. Vivir es elegir y elegir es descartar, y a veces elegimos la muerte por miedo al qué dirán, a perder el favor de otros. Es el miedo a la libertad de ser nosotros mismos.
jueves, 10 de octubre de 2019
Ceguera
Ayer una persona me dijo que estaba rara y en vez de tomármelo de forma personal, lo consideré. Lo que no sé es en qué forma estaba rara. Pregunté, pero la respuesta no fue reveladora por ser un tanto evasiva y ligera. Así que de ahí no voy a aprender, pero me quedo con mi parada y mi intento de toma de consciencia.
Quizás estoy más sensible a este tema en estos días después de la clase de eneagrama y verme en mi subtipo. Como dije, no me lo esperaba. Pero conforme pasan los días me van llegando evidencias de que efectivamente es mi subtipo y me sorprende cómo cabía la duda cuando parece tan claro. Me sorprende (incluso me apena) el descubrir que no me conozco tan bien como pensaba. Pero este mes estoy sumergiéndome en la sombra y puede que de ahí salgan nuevas revelaciones. Al final, el camino del autodescubrimiento es infinito. Lo malo es que la vida lo es, así que en la muerte no habré llegado a conocerme del todo. No creo que importe demasiado.
Además de mi ceguera, soy testigo esta semana de la ceguera de los demás. Ayer me metía en la cuenta de Twitter de una compañera de trabajo y se definía como "empática". ¿Empática ella? Dios mío, no le veo un ápice de empatía en todo su cuerpo. Cierto es que la he tratado poco como para aseverarlo, pero por las salidas y las respuestas que tiene, puedo decir que empatía es un poco deficiente. Pero ahí está ella, en su concepción de sí misma, pensando que es una de sus virtudes más profundas y promulgándolo al mundo sin pudor. La puedo entender porque yo también me consideraba empática, hasta que Raquel dijo que los eneatipos 6 carecen de empatía. Todavía me resisto a esa idea, aunque puedo reconocerme en situaciones donde mi empatía es nula.
Luego está Teresa, a la que le han negado el paso a la segunda espiral por su falta de preparación y de implicación en la primera. Ella no lo entiende y se siente muy decepcionada. Está en plena espiral de victimización, donde es posible que yo no pueda ser empática porque me recuerda el chantaje emocional de mi madre para conseguir sus propósitos, aunque también he de reconocer que ese comportamiento me parece de personas débiles y me hace un espejo que no me mola nada. Mostrar mi vulnerabilidad es uno de mis trabajos pendientes. Teresa ve su "suspenso" como un rechazo, aunque es ella la que pone el rechazo en bocas ajenas. Nadie considera que es pija, que no es suficiente, que no vale...todo eso lo dice ella, porque es la imagen que cree que los demás tenemos de ella. Lleva semanas haciendo una especie de ejercicio de autoafirmación frente a esa imagen, como si nos desafiara. En plan: "vosotros no me consideráis apta, pero por mis cojones que me vais a tener que aguantar, porque yo soy una tía estupenda a pesar de lo que penséis de mí". Me molestó en su momento, y sé que podría saltar por ahí (incluso podría llegar a ser cruel), pero he decidido que no voy a alimentar a su monstruo. Le di un consejo y me he retirado. Pero el tema ha escalado tanto que ha llegado a la hostilidad entre ella y las formadoras. Y, curiosamente, se ha callado, pero no se ha marchado del chat, porque en el fondo ella quiere seguir vinculada a esto. No sé en qué forma realizará su retorno, pero lo espero.
Lo que más me sorprende es su ceguera, su falta de autocrítica. Esto se ve mucho: la falta de autocrítica. Lo veo en todas partes. Todo el mundo cree que hace todo bien, que no tiene nada que mejorar o rectificar. En cuanto les llevas un poco la contraria se enfurruñan, porque son incapaces de aceptar que pueden estar equivocados. No digo que sea fácil y que no duela, pero en general, nadie escucha y nadie quiere cambiar, bien porque la sombra da miedo, bien porque están apalancados en una idea que les da confort.
Tenemos los egos subiditos.
Quizás estoy más sensible a este tema en estos días después de la clase de eneagrama y verme en mi subtipo. Como dije, no me lo esperaba. Pero conforme pasan los días me van llegando evidencias de que efectivamente es mi subtipo y me sorprende cómo cabía la duda cuando parece tan claro. Me sorprende (incluso me apena) el descubrir que no me conozco tan bien como pensaba. Pero este mes estoy sumergiéndome en la sombra y puede que de ahí salgan nuevas revelaciones. Al final, el camino del autodescubrimiento es infinito. Lo malo es que la vida lo es, así que en la muerte no habré llegado a conocerme del todo. No creo que importe demasiado.
Además de mi ceguera, soy testigo esta semana de la ceguera de los demás. Ayer me metía en la cuenta de Twitter de una compañera de trabajo y se definía como "empática". ¿Empática ella? Dios mío, no le veo un ápice de empatía en todo su cuerpo. Cierto es que la he tratado poco como para aseverarlo, pero por las salidas y las respuestas que tiene, puedo decir que empatía es un poco deficiente. Pero ahí está ella, en su concepción de sí misma, pensando que es una de sus virtudes más profundas y promulgándolo al mundo sin pudor. La puedo entender porque yo también me consideraba empática, hasta que Raquel dijo que los eneatipos 6 carecen de empatía. Todavía me resisto a esa idea, aunque puedo reconocerme en situaciones donde mi empatía es nula.
Luego está Teresa, a la que le han negado el paso a la segunda espiral por su falta de preparación y de implicación en la primera. Ella no lo entiende y se siente muy decepcionada. Está en plena espiral de victimización, donde es posible que yo no pueda ser empática porque me recuerda el chantaje emocional de mi madre para conseguir sus propósitos, aunque también he de reconocer que ese comportamiento me parece de personas débiles y me hace un espejo que no me mola nada. Mostrar mi vulnerabilidad es uno de mis trabajos pendientes. Teresa ve su "suspenso" como un rechazo, aunque es ella la que pone el rechazo en bocas ajenas. Nadie considera que es pija, que no es suficiente, que no vale...todo eso lo dice ella, porque es la imagen que cree que los demás tenemos de ella. Lleva semanas haciendo una especie de ejercicio de autoafirmación frente a esa imagen, como si nos desafiara. En plan: "vosotros no me consideráis apta, pero por mis cojones que me vais a tener que aguantar, porque yo soy una tía estupenda a pesar de lo que penséis de mí". Me molestó en su momento, y sé que podría saltar por ahí (incluso podría llegar a ser cruel), pero he decidido que no voy a alimentar a su monstruo. Le di un consejo y me he retirado. Pero el tema ha escalado tanto que ha llegado a la hostilidad entre ella y las formadoras. Y, curiosamente, se ha callado, pero no se ha marchado del chat, porque en el fondo ella quiere seguir vinculada a esto. No sé en qué forma realizará su retorno, pero lo espero.
Lo que más me sorprende es su ceguera, su falta de autocrítica. Esto se ve mucho: la falta de autocrítica. Lo veo en todas partes. Todo el mundo cree que hace todo bien, que no tiene nada que mejorar o rectificar. En cuanto les llevas un poco la contraria se enfurruñan, porque son incapaces de aceptar que pueden estar equivocados. No digo que sea fácil y que no duela, pero en general, nadie escucha y nadie quiere cambiar, bien porque la sombra da miedo, bien porque están apalancados en una idea que les da confort.
Tenemos los egos subiditos.
lunes, 7 de octubre de 2019
El descenso
Los meses de octubre y noviembre son los meses del signo de Escorpio, y este signo está muy relacionado con el inconsciente. Por eso, el mes Escorpio es bueno para hacer lo que se llama un descenso, que es como bajar al sótano de una casa a iluminar lo que se guarda ahí. En psicología, a eso se le llama "sombra" y se refiere a todas las creencias, valores, patrones que están en el subconsciente y que determinan tu comportamiento en el mundo. Los seres humanos pensamos que somos muy libres, pero en realidad son nuestros programas los que deciden por nosotros, así que es bueno indagar a ver qué hay ahí. No es una tarea fácil ni gratuita, pero es bastante honesta y valiente, y el fin es bueno, si uno consigue cambiar.
Estamos en el mes de Libra, pero parece que el de Escorpio se haya adelantado considerablemente, teniendo en cuenta que los planetas personales se están moviendo para este signo y que Plutón, regente de Escorpio, está entrando en directo en Capricornio, paseando por el nodo sur, que es el karmático. Mucha energía para trabajar en nosotros mismos. Por mi parte he empezado el curso de eneagrama 2, que durará un año, estoy haciendo un taller llamado CEN, que está muy relacionado con las creencias, y estoy a punto de empezar un curso online sobre las diosas oscuras, cuya temporada empieza casi ya. Mabon es la segunda cosecha, pero nos lleva a la preparación para el invierno. Es la introversión, pero también es el descenso. Porque trabajar con la sombra, que es muy plutoniano, está relacionado con la transformación, y toda transformación es una muerte. Ver la sombra es morir como lo que eras (o creías que eras) para renacer en otra versión de ti mismo.
Este fin de semana ha sido bastante productivo en cuanto a revelaciones. Revelaciones que ahora he de integrar, lo cual no es sencillo. No es imposible, pero es doloroso. Todo empieza reconociendo que mi subtipo de eneagrama es el transmisor. Es en el que menos me veía y el que menos me gustaba, así de ciega estaba. Cómo jode saber que no te conoces tan bien como creías, y cómo jode que te has estado comportando en contra de tu propia naturaleza. Esa naturaleza estaba en mi sombra porque de alguna manera te han dicho que es mala o no te la han fomentado. Pero si miro bien, puedo ver que sí que tengo un carácter fuerte, intenso, expansivo, dominante, ambicioso, competitivo, y sin embargo, he jugado a ser pequeña, a limitarme, a castrarme, porque así era más fácil para otros lidiar conmigo. Quizás para los demás sea más fácil ver esa parte de mí que he creído tapar, incluso a veces ha salido por donde menos esperaba, como hace unos días con el tema del territorio y la lealtad, que para mí son temas críticos. No me extraña que me gusten las diosas fuertes y terribles: Morrigan, Sehkmeth, Trebaruna, Adartia.., ¡si es que las estoy buscando en mí!
Pero la invisibilidad tiene sus beneficios, porque si eres invisible, no tienes que demostrar nada, no puedes cagarla y, por tanto, tu valía está intacta.
Las prácticas del taller CEN me han llevado a distinguir ciertas situaciones que me disparan el estrés. Todas ellas tienen el denominador común de la ira, que está causada por la frustración de no conseguir ciertas cosas. Esto está muy relacionado con mi valía, y por tanto, con el amor de mis padres. Para preservar el amor de mis padres tengo que conseguir cosas. Esto es falso, pero es lo que me marca mi subconsciente. Así que tengo que reformular mi concepto de valía, y lo he hecho pensando en la gente que me es valiosa:
Estamos en el mes de Libra, pero parece que el de Escorpio se haya adelantado considerablemente, teniendo en cuenta que los planetas personales se están moviendo para este signo y que Plutón, regente de Escorpio, está entrando en directo en Capricornio, paseando por el nodo sur, que es el karmático. Mucha energía para trabajar en nosotros mismos. Por mi parte he empezado el curso de eneagrama 2, que durará un año, estoy haciendo un taller llamado CEN, que está muy relacionado con las creencias, y estoy a punto de empezar un curso online sobre las diosas oscuras, cuya temporada empieza casi ya. Mabon es la segunda cosecha, pero nos lleva a la preparación para el invierno. Es la introversión, pero también es el descenso. Porque trabajar con la sombra, que es muy plutoniano, está relacionado con la transformación, y toda transformación es una muerte. Ver la sombra es morir como lo que eras (o creías que eras) para renacer en otra versión de ti mismo.
Este fin de semana ha sido bastante productivo en cuanto a revelaciones. Revelaciones que ahora he de integrar, lo cual no es sencillo. No es imposible, pero es doloroso. Todo empieza reconociendo que mi subtipo de eneagrama es el transmisor. Es en el que menos me veía y el que menos me gustaba, así de ciega estaba. Cómo jode saber que no te conoces tan bien como creías, y cómo jode que te has estado comportando en contra de tu propia naturaleza. Esa naturaleza estaba en mi sombra porque de alguna manera te han dicho que es mala o no te la han fomentado. Pero si miro bien, puedo ver que sí que tengo un carácter fuerte, intenso, expansivo, dominante, ambicioso, competitivo, y sin embargo, he jugado a ser pequeña, a limitarme, a castrarme, porque así era más fácil para otros lidiar conmigo. Quizás para los demás sea más fácil ver esa parte de mí que he creído tapar, incluso a veces ha salido por donde menos esperaba, como hace unos días con el tema del territorio y la lealtad, que para mí son temas críticos. No me extraña que me gusten las diosas fuertes y terribles: Morrigan, Sehkmeth, Trebaruna, Adartia.., ¡si es que las estoy buscando en mí!
Pero la invisibilidad tiene sus beneficios, porque si eres invisible, no tienes que demostrar nada, no puedes cagarla y, por tanto, tu valía está intacta.
Las prácticas del taller CEN me han llevado a distinguir ciertas situaciones que me disparan el estrés. Todas ellas tienen el denominador común de la ira, que está causada por la frustración de no conseguir ciertas cosas. Esto está muy relacionado con mi valía, y por tanto, con el amor de mis padres. Para preservar el amor de mis padres tengo que conseguir cosas. Esto es falso, pero es lo que me marca mi subconsciente. Así que tengo que reformular mi concepto de valía, y lo he hecho pensando en la gente que me es valiosa:
- Mi valía no se mide por mis logros ni por mis triunfos.
- Mi valía no se mide por lo que poseo.
- Mi valía no se mide por mi estatus.
- Mi valía no se mide por mi imagen.
- Mi valía no se mide por la amplitud de mi red social
- Mi valía no se mide por la gente que tengo alrededor
- Mi valía no se mide por mis habilidades o mis capacidades.
- Mi valía no se mide por mi comportamiento, ni por lo bien que me adapto a las reglas sociales o familiares.
Yo soy valiosa por ser yo en mi esencia más pura. Yo soy intrínsecamente valiosa.
Ahora tengo que integrarlo.
Joker
Desde el verano no había regresado al cine y lo hago por la puerta grande, con una película estupenda y una actuación maravillosa. No sé si Joaquin Phoenix está nominado al Óscar, pero debería. Es increíble la cantidad de matices que tiene el personaje y una actuación que incluye todo lo que es su persona, que inunda la pantalla en prácticamente todo el metraje. La película es el Joker, y Joker es Joaquin.
Desde luego no es una película de superhéroes (o más bien de anti-héroes) al uso. Nada que ver. Es una película centrada en la naturaleza humana, de cómo se construye un villano, que en realidad no lo es tanto. Me resulta fácil empatizar con Arthur y comprender (que no compartir) lo que le lleva a ser el Joker, una vez que se han transgredido todos los límites morales y mentales. Porque Joker, en realidad, es un enfermo mental que vive en la marginalidad, donde no es nada ni nadie. Allí lucha con un trauma que arrastra desde pequeño, del que es completamente inconsciente, hasta que se va revelando y le hace estallar. Es un tipo calificado como raro por la sociedad, de esos de los que todo el mundo se aparta o abusa. Es una persona tan aislada que hasta se pregunta sobre si su existencia es real. Porque Arthur quiere conectar con la gente, pero no lo consigue. En parte, es porque su enfermedad le pone en situaciones que los demás no pueden comprender, como esa risa incontrolable que se desborda en los momentos más inapropiados. La medicación ayuda a mantener la enfermedad más o menos a raya, pero llegan los recortes en sanidad y todo se descontrola.
Arthur mata a unos brokers de bolsa en el metro en un acto de auto-defensa. Hay ensañamiento porque en ellos vuelca una frustración largamente arrastrada. Es el primer límite que cruza, aunque considero que no es ése el momento en que se transforma. Lo peor llega con su madre enferma, a la que cuida desde hace años, y que resulta ser una de las responsables de su estado. Muerta la madre ya no quedan límites morales que no puedas superar. Cuando no tienes nada que perder, se pierden los límites. Su acumulado odio se vuelca hacia las clases más elitistas, como las que representa Thomas Wayne, el padre de Batman, persona clasista donde las haya. Es fácil sentirte en una superioridad moral y personal cuando eres rico y estás en un puesto alto. No es un ser simpático ni cercano. La muerte de los brokers y la arrogancia de Wayne prenden fuego a un polvorín social de los marginados de Gotham, que se ven representados por un héroe fortuito. ¿Quién representa a los descastados, los que no tienen voz, los olvidados? El Joker. Sus formas pueden ser reprobables, pero no están exentas de cierta justicia. Y así comienza el caos.
Muy recomendable.
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