domingo, 27 de enero de 2019

Julen

Despierto pronto y mi primer pensamiento es para Julen, el niño del pozo. Anoche cuando me fui a dormir, el equipo de rescate estaba a menos de un metro de él, así que doy por hecho que lo habrán encontrado. Se confirma la mala noticia: el niño está muerto, y aunque era lo más probable, no puedo evitar llorar.

En estos trece días que han pasado desde que se dio la alerta de la caída hasta el rescate del cuerpo, he seguido las noticias desde la distancia. Las noticias de niños siempre nos afectan más, aunque habría que matizar que depende de qué niños sean. Ahora mismo hay varios niños en un barco esperando que un puerto les conceda arribe, y a nadie parece importarle demasiado. Pero el caso de Julen es insólito y ha captado toda nuestra atención. A mí me ha hecho recordar mucho en mí sobrino cuando tenía esa edad, y se me encogía el corazón al pensar en su vulnerabilidad. Pudo haber sido mi sobrino, pudo haber sido cualquier otro niño de esa edad.

El caso de Julen recuerda al del niño Gabriel de hace menos de un año. Son esos casos que, por alguna razón, se hacen particularmente mediáticos y cobran importancia a nivel colectivo porque, de alguna forma, a todos nos ponen en contacto con una parte de nosotros que tenemos que ver. No hay más que seguir un poco lo que se mueve en torno a ellos para ver los grandes contrastes que producen, la polarización que generan. Así, por ejemplo, podemos ser testigos de grandes muestras de solidaridad, como también del amarillismo periodístico, o de los intereses por rentabilizar la situación. Todo coexiste alrededor, y no tengo claro que todo sea tan bueno o tan malo.

También vuelve a surgir la idea de por qué existe un dios que permite que algo así suceda, y se usa como una forma de apuntalamiento del ateismo. Me da un poco de rabia esos pensamientos tan simplistas. En mi idea de dios, él no interviene necesariamente en nuestro mundo y en nuestras vidas a nuestra conveniencia, y menos cuando algo tiene que suceder. Sé que suena fuerte y sé que resulta incomprensible, quizás hasta insensible, pero si la muerte de por sí deberíamos entenderla como algo natural, una muerte así tiene incluso sentido, si tenemos en cuenta el detonante que es para la vida de todos nosotros. Es una muerte que desencadena procesos, que remueve conciencias, que nos hace reflexionar y replantearnos nuestras vidas y nuestros procesos. No es una vida baldía, por corta que sea.

Igualmente me molestan ciertas etiquetas que otorgamos ligeramente. Como "Un nuevo ángel en el cielo". Un ángel ¿de qué? Un niño no es un ángel, es un niño, es un alma más en el cuerpo de un niño. Que muera pequeño no lo va a convertir necesariamente en ángel, ni lo va a mandar directamente a un supuesto cielo. Pero esto tiene mucho que ver con mis creencias sobre la vida tras la muerte. Para mí es un alma que ha cumplido su propósito, que va a recapitular, y que va a tomar una decisión sobre cómo quiere evolucionar después.

Lo mismo con los mineros. La etiqueta de "héroes" me parece exagerada. Y quizás lo sean, o sean lo más parecido a unos héroes que podamos encontrar. Pero ¿se puede llamar héroe al que cumple con su trabajo? Entonces hay muchos héroes en el mundo. Y ¿por qué los mineros son héroes y no lo son el resto del dispositivo de salvamento? No sé, me da por pensar que cuando los sentimientos están tan a flor de piel, nos desaforamos.

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