jueves, 10 de enero de 2019

Límites

Antes de las vacaciones, Jaime me dijo que le gustaría hablar conmigo para ver si era posible su incorporación a la PPM. Esta conversación ha tenido lugar hoy. Es una situación algo incómoda porque Jaime es amigo, pero no me parece que pueda encajar bien en el grupo. Como persona es un amor, pero no creo que la gestión sea lo suyo. Es verdad que las tareas de gestión tampoco requieren unos conocimientos elevados, pero sí que requiere de cierto gusto por los números, el Excel, y los informes. No es lo que a Jaime más le ha gustado nunca, pero él insiste en sus cualidades para formar parte del grupo.

De hecho, la palabra es “obcecado”. Quiere entrar en el grupo a toda costa, y lo hace por unos motivos que me parecen erróneos, rayando en lo poco profesional. Su decisión es totalmente emocional: se quiere cambiar porque está herido en su orgullo y cree que, cambiándose a la PPM, Charles y yo le vamos a dar mimos y cariño. No se da cuenta de que, por muy amigo que sea, yo tengo que velar por el buen funcionamiento del grupo y la calidad del trabajo desarrollado por el mismo, por encima de otras consideraciones personales y particulares. Así que, en mi opinión, no pinta bien.

La situación de Jaime dentro del departamento es delicada. Por un lado, él está buscando trabajo fuera, así que en cualquier momento podría salirle algo que le interese más y dejarme colgada. Por otro lado, ahora mismo depende de otra persona, a la que le hacemos un roto. Y, como digo, creo que la PPM no es su grupo natural.

He intentado darle una foto completa tanto del grupo como el departamento, intentando que viera que otras opciones son mejores para él (en mi opinión), pero creo que no lo he conseguido. Ni siquiera me ha escuchado, ni siquiera va a considerar las alternativas.

El tema de Jaime me plantea sobre la mesa el establecimiento de límites, algo que no se me da demasiado bien. Tengo esa tendencia a complacer a la gente, a quedar bien con la gente, aunque sea a mi costa. Ahora tengo que separar la parte personal (mi aprecio por Jaime) de la parte profesional (mi responsabilidad hacia el grupo, hacia el departamento, e incluso hacia mi carrera y posición. Sé que va a haber consecuencias, pero no sé bien evaluarlas. Como amiga, me gustaría ayudar a Jaime y, de hecho, no le negaré la oportunidad, aunque piense que no es lo apropiado, pero corro el riesgo de perder una amistad por hacer mi trabajo, que pasa por marcar directrices.

Hoy mismo he tenido que pararle los pies ante sus exigencias. Eso sin entrar en el grupo. La primera exigencia es que no quiere trabajar en los proyectos de su actual grupo, especialmente si en ellos participan los “mosqueperros”. Esto de por sí me plantearía ya problemas a la hora de cubrir los proyectos por falta de personal, pero podría intentarlo, aunque tampoco me parece correcto. Pero lo que sí no consiento es que me venga con la segunda exigencia: “Lo que te voy a pedir es que, si entro en la PPM, no me asignes a propuestas en agosto”. ¿¿¿Perdona??? Me parece un abuso, así como un agravio frente al resto de personas. Así que le he dicho que las cosas no funcionaban así, que tendría que trabajar en propuestas si le toca, como todo el mundo. Me parece alucinante que alguien entre en un sitio nuevo y tenga semejantes ínfulas.

Reconocimiento y estatus, ésas son las cosas que mueven a Jaime. Ya me imagino que luego pondrá pegas a las tareas y los proyectos asignados, porque no serán lo suficientemente interesantes, ni le aportarán suficiente reconocimiento, ni oportunidades para su ambición, la que ahora dice que duerme.

No sé, esto tendré que gestionarlo con cuidado, pero sé que va a ser una fuente de problemas.

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