miércoles, 5 de agosto de 2020

Gargantúa




Al final sucedió lo que esperaba: la hostia con la realidad. Quizás haya sido una especie de profecía autocumplida, pero, de verdad, que me he esforzado por mantener la vibración alta. Ayer mismo, me llamaban los de Grefa para liberar al mochuelo que tenía apadrinado, y este tipo de actividades siempre son un chute de energía positiva. A mi niña interior le encantan los animales y siente amor y ternura cuando está cerca de ellos. Incluso los abrazaría, si pudiera, porque despiertan una parte bonita, pura y feliz en ella. Así que nada presagiaba lo siguiente. Las caídas suceden cuando menos te lo esperas y se disparan por las circunstancias más inverosímiles. 

Y pasó. De repente un click en la mente te planta ante un panorama que activa un ataque de pánico y un bucle obsesivo. Anet tiene una frase para el tema de las obsesiones, pero no recuerdo cómo lo expresa ella. Sé que tiene que ver con la culpa y el castigo, que son uno de mis temas. Culparme por todo, castigarme por todo. Y ahora me culpo por estar donde estoy, porque no veo futuro delante de mí.  Todo lo que he querido y he deseado no se ha dado, ni se va a dar, y me siento como si la vida se hubiese acabado para mí. Me siento muy perdida, muy confusa, muy desanimada. Y Gargantúa se agranda. 

Yo lo llamo como un agujero negro porque es como sentir un vacío enorme en el centro del pecho, oscuro y gravitacional, que amenaza con devorarlo todo. Es como el centro de una galaxia, atrayendo todo hacia sí para engullirlo. Creo que ese agujero lleva allí mucho tiempo, solo que cambia de tamaño según las circunstancias y el control que, poco o mucho, pueda ejercer. Ahora es grande y se siente como un dolor casi físico, continuado, profundo. Da tanto miedo, que he intentado por todos los lados evitar mirar en él, intentando escapar de su acción. Aunque esto es en vano: Gargantúa es más poderoso que yo, porque es la boca del subconsciente.

Esta mañana no me he levantado para caminar, como suelo hacer cada día desde que nos permitieron salir a pasear en el confinamiento. Si por mí fuera, me quedaría en la cama todo el día durmiendo. O llorando. Pero precisamente hoy tengo telcos y una parte de mí sigue empeñada en dar una imagen hacia el exterior que camufla todo lo que pasa por dentro. Es una imagen que encaja en el ámbito laboral, quizás no tanto en el personal: el mundo laboral no busca personas, busca robots. Es una imagen de frialdad, de impasibilidad, de competencia que tengo muy asimilada, pero cada vez cuesta más mantener; exige mucho esfuerzo y energía, sobre todo cuando en el interior las emociones son tan fuertes que claman por salir por cada uno de mis poros.

Y luego está el crítico interno, el super yo de los cojones, el que me insta a hacer aquello que se supone que es una obligación. Porque para él todo es obligación. Incluso salir a caminar cuando tienes el ánimo por los suelos. Es increíble lo introyectado que lo tengo. Hoy, al menos, lo he visto y lo he desobedecido, al menos en lo que se refiere al paseo. Pero trabajar estoy trabajando, aunque no creo que sea capaz de hacer nada en todo el día, simplemente porque no puedo, porque el dolor y el vacío no me permiten concentrarme, porque no tengo motivación para hacer nada.

No me gusta sentirme como una víctima, pero hoy no puedo evitarlo. Me siento tan indefensa, tan carente de poder, tan hundida. Y no quiero sentirme así, pero no consigo remontar mi estado de ánimo. A lo mejor se trata de eso, de no hacer nada, pero no me gusta la sensación y no quiero estar ahí. Y tampoco me gusta la situación en la que estoy, pero estoy harta de intentar parchear como un pollo sin cabeza, de intentar arreglar, de esforzarme por cambiar las cosas...Total, si nunca me salen bien...

Quizás sea mejor que Gargantúa me devore, porque no me quedan más alternativas que la rendición.

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