lunes, 30 de septiembre de 2019

Hija de Iberia

Todo rito iniciático tiene algo de muerte para renacer convertido en algo nuevo. Aparentemente nada ha cambiado, pero en el interior todo es diferente. Es una nueva versión de ti mismo que no terminas de reconocer y a la que te tienes que adaptar gradualmente, porque sigues recordando lo que eras y la forma en que te comportabas. Quizás te aferras a lo anterior por miedo a lo nuevo, aunque en el fondo sabes que jamás volverás a ser lo que fuiste porque has cambiado para siempre. Algo así le debe parecer a la mariposa cuando sale de la crisálida. Un camino nuevo se abre: soy ya una hija de Iberia.

No puedo contar demasiado sobre el rito de dedicación porque la escuela de Iberia es una escuela de misterios y por tanto exige secreto. No porque lo que se haga allí no se pueda contar, pero porque no se quiere robar la experiencia a nadie que quiera pasar por ello. Yo creo que aun contándolo jamás la imaginación igualará la vivencia, pero se me pide silencio y lo guardaré. Sin embargo contaré lo relacionado conmigo intentando no desvelar el secreto.

La iniciación no es simplemente un rito de un día en la que te otorgan un título, es más bien un proceso que dura todo el año y que incluye una formación y un trabajo personal con las energías de la Diosa. La iniciación es la culminación a todo ese proceso, que en realidad abre la puerta a otro proceso diferente, y a la vez es el mismo. Por eso se llama "espiral". Este fin de semana tocaba cerrar con la tierra, con Ama Lur, aunque creo que yo terminaré de trabajar con la diosa osa "Adartia". La tierra es mi segundo elemento favorito después del agua. La tierra es estructura y materia, es anclaje al mundo y a la vida. Sin la tierra, nada material existiría, todo sería una entelequia. Con la dedicación es lo mismo: con el paso de la rueda se ha ido volviendo más y más denso, ha ido materializando poco a poco para hacerse real.

Me gustó mucho que el último encuentro fuera al aire libre en vez de en una habitación. Hizo un día estupendo para pasarlo en el campo y poder trabajar con la tierra. Y de ahí a la iniciación. Puedo decir que la misma tuvo lugar en el bosque y por la noche. Empezamos en grupo hasta que me tocó pasar por mi rito sola. La parte grupal fue bastante festiva y creo que nunca hemos tenido una unión tan fuerte hasta ese momento. La parte solitaria fue bastante más penosa. Fue una noche oscura del alma.

Yo no sentía miedo ni duda. Sabía dónde estaba, el porqué, y, aunque desconocía el reto, no me causaba miedo ni dudas. Estaba tranquila y serena. En este año he tenido que cruzar diferentes ritos de paso, por ello sabía que no había peligro y más o menos intuía lo que podía esperar. Me presenté la primera del grupo, en un acto contrafóbico de esos míos, y eso me hizo tener una espera larga y tediosa. Durante un tiempo que se me hizo interminable, estuve a oscuras y sola, y durante ese periodo pasé por diferentes estados de ánimos: desde la espera, al hastío, pasando por el cabreo. Lo peor fue un momento en el que me sentí tremendamente sola, desamparada y vulnerable. Salvando las distancias, me sentí como pueden sentirse quizás los inmigrantes que cruzan el mar para llegar a tierras más afortunadas que las suyas: sola, a oscuras, incómoda, cansada, y en ese momento yo no tenía nada y no era nadie. Pensé en que estaba muy lejos de casa y que mi vida normal había desaparecido, como si no fuese a volver a ella. Pensé en todo lo que más he querido en el mundo y que no he conseguido tener (ni creo que lo vaya a tener), y la frustración que eso me causaba. Y pensé en que estaba en una situación de mierda pero era lo único que tenía en ese momento, que la vida continuaba sin ser todo lo maravillosa que podría ser en mi mente, y que tenía que hacer todo lo que pudiera con ella a mi pesar.

En un momento sentaron a Nuhmen a mi lado, ya que había elegido ir después de mí, y le busqué la mano para confortarlo. Él estrechó la mía fuertemente. Durante esos segundos supimos que, a pesar de todo, estábamos ahí el uno para el otro, y fue un momento íntimo, cálido y bonito, aunque efímero.

Cuando reunieron a todo el grupo, después de lo que a mí me pareció una eternidad, pasamos por fin al encuentro con la Diosa. Uno a uno fuimos haciendo nuestros votos y recibiendo su mensaje. Fui la primera en pasar. La Diosa me habló con compasión, como si fuese un animalillo herido. Me dijo que yo había caminado sobre zarzas para llegar a ella y que me había vaciado de sueños; yo me había convertido en un vacío para estar con ella. A través de mis grietas ella iba a entrar en mí y me iba a llenar de flores, aunque yo iba a florecer no de la manera que esperaba. Me dijo que iba a dar fuerza a mis manos para proteger a otros que eran como pequeñas flores que no tenían voz, pero que su voz era la suya y yo tenía que buscarla. Y que yo acunaría a muchos porque solamente yo tenía el espacio para hacerlo.

No tengo ni idea de qué significa, pero salí llorando del encuentro. No me importó llorar delante de todos, porque no podía controlar el llanto y necesitaba vaciarme de esa emoción. Nuhmen vino de su encuentro a consolarme y supe que necesitaba ese abrazo. Supe que necesito un abrazo más de lo que quiero admitir, porque generalmente nadie consuela a los que somos fuertes, como si no fuéramos humanos o tuviésemos sentimientos. Al menos la Diosa no me cambió los votos, ni me dio votos nuevos explícitos. Y acabo de caer en la cuenta de que acabo de aceptar custodiar la llama de Iberia, que no es sino otra tarea que se da en la sombra, y por tanto, apenas tiene reconocimiento.

Desde el final de la dedicación me siento como si me hubiese pasado una apisonadora por encima. Me duele muchísimo la cabeza y sospecho que tiene que ver con la reconexión neuronal debida al cambio producido por esa noche, el cambio que necesito para mi nueva versión. Necesito dormir mucho para recuperar horas de sueño y para que mi subconsciente empiece a colocar las cosas en su sitio. Y necesito tocar tierra para asentarme.

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