miércoles, 4 de septiembre de 2019

Regalos



He ido a explorar a las rocas que se levantan en el centro de la playa. Solamente son accesibles con la marea baja, cuando se forma una lengua de tierra con la arena de la playa. A los visitantes les gusta ir allí a curiosear como parte de las actividades normales de la playa, aunque, aparentemente, no hay demasiado por ver, salvo las grietas caprichosas y escarpadas que ceden paso al mar y poder adquirir una perspectiva de los acantilados de la costa. El resto es una acumulación de cantos de color blanco y las escasas plantas que pueden sobrevivir allí. Aparentemente el agua no llega a cubrir el conjunto.

Aprovechando que la marea está tardando en subir (es fascinante comprobar los horarios de las mareas y ver sus cambios), he ido a las rocas. Sí, me siento un poco asilvestrada en mi contacto con los elementos. Allí he encontrado una piedra que recuerda a los cuchillos prehistóricos (Atapuerca me ha marcado) y una enorme pluma, probablemente de gaviota. Es posible que llevaran allí mucho tiempo, ocultos a los ojos profanos que no saben valorar los mismos. No para mí, que los recibo como regalos de la naturaleza. La pluma posiblemente pase a formar parte de mi abanico riuual y la roca adornará mi altar de verano hasta que llegue la época de Ama Lur.

Son hermosos a pesar de su aparente simplicidad, pero si son un regalo de la naturaleza, qué otra cosa podría ser sino algo sencillo y natural? Y sin embargo, me parecen cargados de tanto amor, que me emocionan. No puedo sentir sino gratitud por ser merecedora de tanto afecto. Es precisamente ese amor el auténtico valor de los regalos. Me siento bendecida.


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