Quizás era aquella una de tantas de muchas despedidas que vendrían después. Él puso una vez una fecha de caducidad: cinco años, como una profecía o como una promesa, y el plazo ya había vencido.
A ella le dolía en el alma, pero no iba a decir nada al respecto. No iba a tratar de influir, no iba a montar un escándalo, no iba a tratar de cambiar nada. Lo dejaría ir, se lo dejaría a Mari, para que sus vientos lo llevaran.
Ella se quedaba con su pena, como tantas veces. Nada que no hubiese sentido antes, pero no por eso resultaba más fácil. Por eso le costó retener alguna lágrima rebelde que consiguió expresarse.
Ella se quedaba atrás en el rincón de la memoria donde los recuerdos mueren y desaparecen.
A ella le dolía en el alma, pero no iba a decir nada al respecto. No iba a tratar de influir, no iba a montar un escándalo, no iba a tratar de cambiar nada. Lo dejaría ir, se lo dejaría a Mari, para que sus vientos lo llevaran.
Ella se quedaba con su pena, como tantas veces. Nada que no hubiese sentido antes, pero no por eso resultaba más fácil. Por eso le costó retener alguna lágrima rebelde que consiguió expresarse.
Ella se quedaba atrás en el rincón de la memoria donde los recuerdos mueren y desaparecen.
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