jueves, 23 de enero de 2020

Amigo miedo

Hola, miedo, viejo amigo.

Siento tu mano gélida en mi plexo atenazándolo con fuerza, irradiando tu hielo en todas las direcciones de mi cuerpo, paralizándome, como si me estuviese convirtiendo en prisionera de una jaula de cristal.

Hacía tiempo que no sentía tu intensidad tan brutal, lo cual me da una medida de todo lo que se me viene encima o, mejor dicho, de cómo lo valoro. Dije que iría paso a paso, como Beppo, pero no puedo dejar de ver la montaña frente a mí, tan imponente y amenazadora, haciéndome sentir pequeña e insignificante. No voy dando pasos, voy dando tumbos, arrastrada por las circunstancias y con esa falta de fe que tanto me caracteriza. Es lo que tienen carecer de apoyo y la desvalorización crónica.

A veces eres como una losa, pesada e incómoda a mis espaldas, pero tú no me abandonas, como fiel compañero, o tal vez como un parásito, drenándome la vida poco a poco.
Tú me recuerdas que da igual lo que haga, jamás conseguiré nada. Tú me recuerdas que la derrota acecha a cada momento, como un gato jugando con un ratón. Terminará por cansarse del juego y devorarme entre sus fauces. Born to lose. Yo nunca he tenido nada, salvo la herida del abandono.
Todos me abandonan, salvo tú.

Miedo, viejo, amigo, siéntate a mi lado una vez más. Acógeme en tu abrazo y hazme dormir.

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