Si algo he aprendido de las rosas es que son reinas entre las flores. Se yerguen orgullosas ante el mundo, sabedoras de su belleza y de su porte, por efímeros que sean.Son hermosas, exuberantes, ostentosas, delicadas y peligrosas. Su contemplación y su aroma es un deleite para los sentidos. Son puro esplendor.
Sin embargo, no todas las rosas son iguales. Aquellas que brillan en rosaledas reconocidas parecen contar con mayor número de adeptos, como si existiese una opinión común de que ellas son las más hermosas. Otras rosas de jardín no reciben tantas atenciones, como si no lo merecieran, como si el hecho de formar parte de un parterre modesto les restara encanto. Ellas, en cambio, como reinas que son, se muestran ajenas a ese reconocimiento externo, luciendo sus colores al sol como una orgía sensorial. Estamos acabando la temporada de rosas, que se prolongará más o menos en función del calor que haga. Es una temporada corta, pero intensa, donde su misión es mostrar al mundo un pedazo del significado de belleza.
Nosotros, pobres mortales, agachamos la cabeza ante ellas en señal de rendición a tal hecho. Es una pena que nuestra mente limitada no sea capaz de reconocer lo sublime de unas y otras.
Igualmente pasa con otras flores de la temporada. Estamos en plena floración de la genista y la retama, cuyas flores amarillas cubren los campos y cunetas. Es precioso conducir y estar flanqueado por un continuo gualdo que cambia el paisaje conocido, y hace un fuerte contraste con el azul del cielo. Pensaba yo que eso hacía que el horizonte fuera más amplio si era posible.
Pero ¿cuánta gente se fija en ese milagro de la primavera? Supongo que para la mayoría no dejan de ser unos arbustos de mala muerte que aparecen espontáneamente. Eso si llegan a percatarse de su existencia. ¡Qué pena que no seamos capaces de más! Tanta es la conexión que hemos perdido tanto de la naturaleza como del presente.
Pronto llegará el verano y quedarán menos oportunidades de ver esos estallidos de color. Nos queda la lavanda en julio. Después habrá que esperar a que la rueda del año gire de nuevo.
Sin embargo, no todas las rosas son iguales. Aquellas que brillan en rosaledas reconocidas parecen contar con mayor número de adeptos, como si existiese una opinión común de que ellas son las más hermosas. Otras rosas de jardín no reciben tantas atenciones, como si no lo merecieran, como si el hecho de formar parte de un parterre modesto les restara encanto. Ellas, en cambio, como reinas que son, se muestran ajenas a ese reconocimiento externo, luciendo sus colores al sol como una orgía sensorial. Estamos acabando la temporada de rosas, que se prolongará más o menos en función del calor que haga. Es una temporada corta, pero intensa, donde su misión es mostrar al mundo un pedazo del significado de belleza.
Nosotros, pobres mortales, agachamos la cabeza ante ellas en señal de rendición a tal hecho. Es una pena que nuestra mente limitada no sea capaz de reconocer lo sublime de unas y otras.
Igualmente pasa con otras flores de la temporada. Estamos en plena floración de la genista y la retama, cuyas flores amarillas cubren los campos y cunetas. Es precioso conducir y estar flanqueado por un continuo gualdo que cambia el paisaje conocido, y hace un fuerte contraste con el azul del cielo. Pensaba yo que eso hacía que el horizonte fuera más amplio si era posible.
Pero ¿cuánta gente se fija en ese milagro de la primavera? Supongo que para la mayoría no dejan de ser unos arbustos de mala muerte que aparecen espontáneamente. Eso si llegan a percatarse de su existencia. ¡Qué pena que no seamos capaces de más! Tanta es la conexión que hemos perdido tanto de la naturaleza como del presente.
Pronto llegará el verano y quedarán menos oportunidades de ver esos estallidos de color. Nos queda la lavanda en julio. Después habrá que esperar a que la rueda del año gire de nuevo.
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