martes, 12 de mayo de 2020

Semana 9

63 días de confinamiento, aunque dentro de la fase 0 que permite salir a pasear. Voy por las mañanas, a pesar de que cada día me cuesta más levantarme, y me centro no tanto en andar, sino en descubrir lo que el mundo tiene para admirar: flores, frutos y espigas. El campo está impresionante en esta época y su variedad es inmensa. Es una pena que la mayoría de toda esa belleza se considere mala hierba y se quiera eliminar a toda costa. Hay mucha ignorancia en el tema botánico, como lo demuestran las podas indiscriminadas de árboles en esta época del año, en plena expansión de la planta. A mí me parece algo criminal.

También hay muchas camadas de gatitos. Ayer la gente de GATA pedía casas de acogida para once cachorros hallados en una perrera. Me he planteado muchas veces ser casa de acogida, tanto de gato como de perro, pero tengo una gata bastante mayor a la que no creo que le hiciera mucha gracia un cambio tan grande en su rutina. Los gatos son bastante rutinarios y lo pasan mal cuando algo les saca de su zona de confort. Supongo que esta es mi excusa para no hacerlo.

Voy necesitando unas vacaciones o un cambio de contexto. Estoy cansada y me siento encorsetada. Necesito que las cosas terminen de fluir. Anoche por primera vez en mucho tiempo sentí que subyacía en mí una gran tristeza. Quizás sea agotamiento mental y emocional por toda esta situación. Estaba tan cansada que me fui a la cama muy pronto. Me he levantado bien y estoy pasando el día de una manera un poco más relajada, como si sostuviese las riendas con más suavidad. Recuerdo un taller de coaching que hice con caballos hace seis años, donde me empeñaba en sujetar con fuerza las riendas de mi caballo, lo cual solamente transmitía tensión al pobre animal. Creo que a mi vida le pasa algo parecido, solo que si realmente llevo las riendas en las manos, no tengo ni idea hacia dónde estoy dirigiendo mi montura.

Estos días han servido para darme cuenta de más patrones asimilados. Ayer leía el libro de Transurfing y me topaba con la culpa. Aún no puedo ponerlo en palabras claras, porque no soy capaz de ver con claridad el patrón, pero me temo que soy prisionera de la culpa, como si tuviese que sentirme culpable por todo lo que suceda, tenga que ver conmigo o no. Creo que en el fondo busco un castigo, porque posiblemente me odio a mí misma. El castigo es solamente una forma de ensañarme con mi persona, juzgándome y castigándome. Pero estoy bastante harta de este comportamiento y quiero cambiarlo. La pena de todo esto es que el trabajo psicológico dura toda la vida y que, seguramente, jamás llegue a solucionar este tema. Al menos puedo conformarme con ser capaz de ver aquello que estaba camuflado.

Estoy muy cansada de la exigencia, de la responsabilidad, de la obediencia, del castigo. Estoy muy harta de ser una sombra, de ser un secreto, de no ser tenida en cuenta, de no ser validada y reconocida. Estoy harta de no reclamar mi espacio, mi poder y mi trono. Estoy harta de actuar como si fuera pequeña, insignificante y merecedora de que la gente me maltrate. Porque yo soy una reina.


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