Desde que compré la melatonina y gracias a la posibilidad de salir a andar una hora diaria, mi vida ha mejorado sustancialmente. Necesitaría hacer ajustes al resto de mi rutina para terminar de conseguir cierta comodidad, especialmente en el entorno laboral. Aunque la mayoría de mis problemas están provocados por mis patrones interiores, algunos de los cuales no era ni consciente de que se estaban dando. Si consigo trabajar en ellos, quizás también pueda mejorar sustancialmente en otros aspectos.
Sin duda, el confinamiento nos está dando grandes lecciones de vida, a cada uno de una manera particularizada y personal. Como eneatipo 6 la mía tiene mucho que ver con la gestión de la incertidumbre, en una situación tan cambiante que es imposible anticipar el futuro. No se pueden hacer planes a largo plazo y los que había han caído irremediablemente todos. Mi horizonte se reduce a días, lo cual casi es una práctica del presente. Ni siquiera me estoy preocupando por la fase 1, cuando mi mayor interés era saber cómo iba a salir a la calle y cómo iba a ir al peluquero. Resueltas ambas inquietudes, simplemente espero a que se desarrollen los acontecimientos.
El estar en el corto plazo no significa que esté esperando a verlas venir todas. Me he apuntado a un curso de la diosa Mari y los elementos, aunque no sea siquiera su momento. De hecho, pareciera que la diosa Ataecina hubiera querido reinar en todo este año, trayendo muerte y transformación. Pero a mí me llama el fuego interior, porque me siento de fuego, me siento arder. Me siento como un volcán que ha dormido durante muchos años y despierta para volcar todo lo que había en su interior.
Mi mayor preocupación, supongo, es intentar liberarme de los péndulos y no crear demasiado exceso de potencial, como se describe en la teoría del Transurfing. Conforme voy leyendo me doy cuenta de la cantidad de potencial excesivo que he generado, porque un poco mi estrategia ha sido la fuerza bruta o el esfuerzo excesivo, creyendo que cuanto más me esforzara por algo, antes lo conseguiría. Y no. La vida parece ser una tendencia al equilibrio, por lo que todos mis esfuerzos han sido en vanos. Al final, pareciera que la vida es fría e inerte.
Intento practicar el desapego, quitándole importancia a las cosas, e intentando no generar emociones demasiado intensas que me capturen y me lleven a sitios indeseados donde ya he estado antes. Pero yo busco la conexión inconscientemente, intento aferrarme, e intento prolongar lo que es efímero. Aprender a dejar ir, aprender a soltar, aprender a que las cosas deben fluir y que nada requiere tanto esfuerzo, tanto sufrimiento, tanto yo. Me cuesta aprender a ver que las cosas deben ser fáciles y naturales, y que debo dejar que las mariposas se acerquen a mí.
Pero es que siento el vacío interior y es tan enorme que temo que me engulla y me pierda. Y me empeño en intentar llenarlo, como si no supiera que es una tarea imposible. No sé por qué me produce tanto desasosiego. Al final lo sencillo es dejarse absorber y caer en la madriguera del conejo blanco. ¿A dónde lleva? Quizás no importa tanto. Quizás lleva a uno mismo.
Supongo que sigo esperando que alguien me rescate, aun sabiendo que no va a venir nadie.
Sin duda, el confinamiento nos está dando grandes lecciones de vida, a cada uno de una manera particularizada y personal. Como eneatipo 6 la mía tiene mucho que ver con la gestión de la incertidumbre, en una situación tan cambiante que es imposible anticipar el futuro. No se pueden hacer planes a largo plazo y los que había han caído irremediablemente todos. Mi horizonte se reduce a días, lo cual casi es una práctica del presente. Ni siquiera me estoy preocupando por la fase 1, cuando mi mayor interés era saber cómo iba a salir a la calle y cómo iba a ir al peluquero. Resueltas ambas inquietudes, simplemente espero a que se desarrollen los acontecimientos.
El estar en el corto plazo no significa que esté esperando a verlas venir todas. Me he apuntado a un curso de la diosa Mari y los elementos, aunque no sea siquiera su momento. De hecho, pareciera que la diosa Ataecina hubiera querido reinar en todo este año, trayendo muerte y transformación. Pero a mí me llama el fuego interior, porque me siento de fuego, me siento arder. Me siento como un volcán que ha dormido durante muchos años y despierta para volcar todo lo que había en su interior.
Mi mayor preocupación, supongo, es intentar liberarme de los péndulos y no crear demasiado exceso de potencial, como se describe en la teoría del Transurfing. Conforme voy leyendo me doy cuenta de la cantidad de potencial excesivo que he generado, porque un poco mi estrategia ha sido la fuerza bruta o el esfuerzo excesivo, creyendo que cuanto más me esforzara por algo, antes lo conseguiría. Y no. La vida parece ser una tendencia al equilibrio, por lo que todos mis esfuerzos han sido en vanos. Al final, pareciera que la vida es fría e inerte.
Intento practicar el desapego, quitándole importancia a las cosas, e intentando no generar emociones demasiado intensas que me capturen y me lleven a sitios indeseados donde ya he estado antes. Pero yo busco la conexión inconscientemente, intento aferrarme, e intento prolongar lo que es efímero. Aprender a dejar ir, aprender a soltar, aprender a que las cosas deben fluir y que nada requiere tanto esfuerzo, tanto sufrimiento, tanto yo. Me cuesta aprender a ver que las cosas deben ser fáciles y naturales, y que debo dejar que las mariposas se acerquen a mí.
Pero es que siento el vacío interior y es tan enorme que temo que me engulla y me pierda. Y me empeño en intentar llenarlo, como si no supiera que es una tarea imposible. No sé por qué me produce tanto desasosiego. Al final lo sencillo es dejarse absorber y caer en la madriguera del conejo blanco. ¿A dónde lleva? Quizás no importa tanto. Quizás lleva a uno mismo.
Supongo que sigo esperando que alguien me rescate, aun sabiendo que no va a venir nadie.
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