lunes, 3 de febrero de 2020

Conectando con la infancia

Llega Imbolc, la festividad precursora de la primavera, asociada al arquetipo de la Doncella. Es un aspecto con el que me cuesta conectar, porque siempre me he sentido más adulta que niña, porque siempre me han tratado como una adulta. Mirar al niño es mirar las heridas de la infancia y esas duelen, porque son esas heridas las que te hacen esconderte del mundo, las que crean las máscaras y las corazas con las que defenderte. Pero también es descubrir que muchos de tus recuerdos están deformados por un cerebro que intenta protegerte del dolor.

Este año me están llegando muchas referencias a mi infancia, lo cual implica mucho trabajo de investigación por mi parte para ahondar en el mensaje. Llevo dos días intensitos con este tema. A veces parece que la vida se tratase de experimentar ciertas cosas para luego desexperimentarlas (si es que existe tal término). Al final todo se reduce a que no tienes ni puta ida de qué va la vida, ni para qué pasas por ciertas situaciones, y que nada importa demasiado.

El sábado participé en la ceremonia de Imbolc del Templo de la Diosa. Fue una ceremonia sencilla pero bastante efectiva, en la que incluso el cuerpo ceremonial pudimos disfrutar. Se trataba de un ejercicio sistémico de ahondar en el pasado mediante dos elementos que no ayudasen a conectar con el subconsciente. El primero era una foto de cuando éramos pequeños, el segundo un objeto que nos recordase la infancia. Yo tengo una foto impresa de cuando tenía unos 9-10 años y que uso para estas cosas. Es una foto institucional, es decir, la típica foto que te hacen por curso en el colegio. Entonces estaba en 4º de EGB, en clase de Juliana. Llevo el pelo limpio, peinado, y sujeto a los lados con unos pasadores de mi comunión. A mí me parecían preciosos y entonces seguro que estaba en una fase de princesas. Se me ve bastante tranquila y, gracias a la Diosa, no tengo herpes en la cara. Se destacan mucho mis ojos, que entonces eran muy grandes y azules. A esa niña le encantaban dos cosas en concreto: leer e imaginar mundos. Creo que podría haber sido escritora, aunque también podría haber sido cartógrafa, por la pasión que sentía por los atlas.

Entonces recuerdo un suceso: Juliana le dijo que su letra era horrible y que la suspendería si no la cambiaba. Por puro miedo empezó a imitar la de su hermana, aunque cada uno termina imprimiendo su carácter en la letra: la presión, la inclinación, la forma de las letras, la velocidad de escritura…por eso existe la grafología. Y esa nueva letra se hizo una con ella. Esa niña siempre pensó que en ese momento cambió su forma de ser, pues la letra está muy ligada a la personalidad. Inconscientemente lo registró como “no eres correcta”. No era la primera vez que se sentía así, pero fue una de las veces en que el mensaje se reforzó.

Otra de las imágenes del fin de semana es de una niña de unos dos años, sujetando la silla de su hermana. Ella era la mayor y ya tenía que caminar para dejar el hueco a su hermana. Para ella no tenía sentido. La llegada de su hermana le hizo perder espacio, atención y cariño. Lo registró como “mis padres no se ocupan de mí” o peor: “mis padres me han abandonado”.

La herida de abandono y la herida de rechazo han estado allí siempre.
Las exigencias para ser adulta demasiado pronto han estado ahí siempre.
Las exigencias para cumplir con las obligaciones impuestas han estado ahí siempre.
Un poco el lema es: “cumplo para que me quieras más”. Pero nunca parecía suficiente. Nunca parece suficiente.

También he conectado con los sentimientos de mi madre cuando yo estaba en su vientre. Una mujer joven, desarraigada, sin demasiada experiencia en la vida, con el único apoyo de su familia política, que querían someterla y quienes la hacían sentir una forastera. “Tú no perteneces”, “tú no sabes”, “tú no eres tan buena como mi hijo”. Pude sentir sus esfuerzos por agradar, por encajar…en vano. Y yo me comí su frustración y su rabia. Quizás por eso soy ochomesina.

Lo único positivo de esta aventura por la infancia fue sentir a nivel consciente que toda la exigencia de mi padre hacia mí era su forma de demostrarme su amor. Para él su forma era la buena y única de conseguir lo mejor, y él quería lo mejor para su niña. El amor a veces mata. Me siento dolida porque a través de tanta exigencia he perdido mi alma, pero siento gratitud por todo el amor de mi padre hacia mí.

Y bueno, acabamos de empezar con la temporada de recuerdos. Y yo quería conectar con la Doncella.

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