lunes, 27 de abril de 2020

Un gato negro

Al pasar por la Junta miró en uno de los parterres y se sorprendió al avistar la forma de un gato negro.  Hacía mucho que no veía gatos en esta zona. Al percibirla, el animal se volvió súbitamente, dejando ver sus ojos dorados, atentos a cualquier detalle amenazante que pudiera proceder de ella. Su oreja mostraba el característico signo de las colonias CES, por el cual ella siempre quería creer que se trataba de un gato asistido y controlado. Sin embargo, el animal acechaba a un grupo de palomas rebuscando comida entre los restos vegetales del suelo, en evidente postura de caza.

Por un momento pensó en pasar de largo, pero acababa de comprar latas húmedas en el supermercado y se le ocurrió que podía compartir al menos una con el animal. Él pareció entender el gesto en cuanto ella sacó la lata del envase, incluso mucho antes de abrir la tapa y dejar que el aroma de la comida se dispersara en el aire. Quizás fuera un gato feral, no podía saberlo. Se centró en ella sin perder detalle, manteniendo una distancia prudencial para poder huir en caso necesario. Pero ella sabía cómo comportarse y dejó la comida en un lateral del paseo lo suficientemente accesible para el gato como al tiempo discreto a ojos indeseados. Luego cogió la carcasa metálica y se dispuso a tirarla a la basura.

Fue entonces cuando ella se percató de que no estaba sola. Un hombre había estado observándola durante todo este rato, contemplando su acción altruista. Ella, que se amparaba en su halo innato de invisibilidad, había quedado expuesta durante un tiempo indefinido. Se sintió contrariada, expuesta y vulnerable, y levantó inmediatamente todas las defensas que torpemente había dejado caer delante del animal. Apartó bruscamente la vista de él y se marchó lo más rápido que pudo. Él sonrió.

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